La realidad simulada

15 JUL 2016  13:00

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La realidad simulada

En 1950, durante un desayuno informal en el pueblo de Los Álamos, Nuevo Mexico, Enrico Fermi formuló una pregunta inocente a sus compañeros del laboratorio de física nuclear. Casi sesenta años después la pregunta sigue sin respuesta. ¿Podría ser la realidad virtual la solución definitiva a esta paradoja?

Todo comienza en Los Álamos

Existe un lugar en el estado de Nuevo México, situado al sur de los EE.UU., donde sus habitantes comparten tartas de manzana, cantan juntos canciones de navidad y cuando una mujer llamada Karen Pao saca su violín a pasear, uno de sus jefes corre al coche y regresa tocando la tuba. El pueblo es un pedazo de tierra idílica en medio de las estepas polvorientas y si no fuera porque entre fiesta y fiesta la mayoría de sus habitantes –Karen Pao incluida- se dedica al estudio y desarrollo de la bomba atómica, seguramente sería un lugar muy interesante donde vivir. 

 

Desde su inauguración en los años 50 (a raíz del proyecto Manhattan), el pueblo de Los Álamos ha visto pasar por sus calles y laboratorios a más premios nobel que cualquier otra universidad del mundo: Oppenheimer, Einstein* o el mismísimo Bohr, por citar algunos, recorrieron los pasillos de las instalaciones con alguna de las ideas teóricas más provocativas de la ciencia moderna. No es de extrañar que fuera allí, frente a la máquina de café de la primera planta, donde se formulara una de las cuestiones que ha cautivado a los científicos por generaciones. “Si en el universo hay más vida inteligente además de la humana”, decía el físico italiano Enrico Fermi mientras removía su café caliente, “¿Dónde diablos están?” Aquella pregunta  tan inocente a priori hoy se conoce como la Paradoja de Fermi, sirvió para impulsar el programa SETI y con permiso de Expediente X, todavía sigue esperando respuesta. 

 

Enrico Fermi y sus cacharros

Enrico Fermi no solo hacía preguntas, también las respondía. Se le considera el padre de la bomba atómica y ayudó al desarrollo de la teoría cuántica. El Problema de Fermi se utiliza en la actualidad para responder en primera instancia, y de manera general, a problemas más complejos.

 

Filtrando algunas de las posibilidades más surrealistas -ni en Raticulín hay 13 millones de naves ni vivimos dentro de la taquilla de una adolescente (que sepamos)- la mayoría de las hipótesis que explican por qué a estas alturas no hemos contactado con una civilización extraterrestre se podrían agrupar en cinco grandes ideas:

 

1. Somos los primeros. Aunque en el universo existan más estrellas de las que podamos imaginar, nuestra raza ha sido la única en alcanzar un estado de evolución suficiente como para llamar a las puertas del cielo.

 

2. El universo se ha puesto de acuerdo en no querer nada con nosotros y aunque nos observan, prefieren quedarse al margen.

 

3. Todas las razas, sin excepción, se destruyen a sí mismas antes de poder alcanzar las estrellas.

 

4. En casa como en ningún sitio. Esta teoría solipsista viene a decir que no vemos extraterrestres porque nadie, jamás –por una razón muy desconocida-, ha pensando en la posibilidad de darse un paseo espacial.

 

5. La teoría del Zoo. Nuestro sistema solar es una charca en medio de otra cosa y vivimos en algo que no es ni remotamente parecido a dónde viven los demás.

 

Aunque los experimentos atómicos acaecidos en Los Álamos durante los años 50, sumados al desastre de Hiroshima y a la crisis de los misiles de Cuba estuvieron a punto de borrar a la humanidad de la ecuación y validar así la hipótesis número 3, en pleno siglo XXI seguimos escuchando el cielo a la espera de una señal inteligente. ¿Pero qué ocurriría si ninguna de las hipótesis anteriores fuera válida? Aquí es cuando la historia se pone de verdad interesante.