Claves sociales para el futuro metaverso

18 ABR 2022  9:30

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Claves sociales para el futuro metaverso

¿Qué ganamos y qué perdemos en las redes sociales? ¿y cómo afectará a las redes virtuales?

Diez años de desastre

Lo que ganamos y lo que perdemos. Las relaciones en sociedad suelen tener un origen de interés mutuo. Puede ser monetario, cultural, intelectual… pero nadie decide dar un paso al exterior de su propio mundo individual si no es para buscar fuera una interacción útil, constructiva y fundamentalmente cognitiva (esto es, una acción de la que se pueda entender, aprender o ganar algo).

 

Esta relación entre lo que ganamos y lo que perdemos en sociedad ha sido foco de estudio desde hace muchísimo tiempo. Es la base de la teoría de juegos, del reparto más justo de los activos de una sociedad (con permiso de Pareto) y en general, la base de las decisiones que derivan en la ética de cualquier persona: lo que hago, lo hago porque me beneficia o porque beneficia (o no produce pérdidas) a un tercero.

 

Jonathan Haidt es un psicólogo social en la universidad económica Stern, emplazada en Nueva York. En un artículo publicado esta semana bajo la cabecera The Atlantic, desgrana los acontecimientos que durante la última década han defenestrado a la sociedad de los Estados Unidos de América por el retrete moral más profundo. Diez años desastrosos cuyo vehículo principal ha sido -y siguen siendo- las redes sociales. Y aunque su artículo trata de explicar el hundimiento ético y el quebranto de toda la sociedad norteamericana en dos partes complemente enfrentadas, debido a ese tamiz global que sostiene la mayoría de las sociedades modernas (usamos las mismas herramientas de la misma manera para los mismos fines), sus reflexiones pueden ser razonadas en casi cualquier otra comunidad del planeta.

 

 

La Realidad Virtual está íntimamente ligada a las redes sociales. El entramado de un mundo virtual no parece completo sin la interacción bidireccional con otros seres virtuales. Un avatar cumple una función de representación de la persona, pero no solo toma la forma liberadora y utópica de nuestro YO en un contexto virtual, sino que también responde a la representación frente a todos aquellos que visitarán los mundos sintéticos: los demás te verán como tú quieres que te vean. Por tanto, si el mundo virtual es una simulación del mundo real, no puede existir un mundo virtual sin una interacción social. La interacción, por ejemplo, es el núcleo de Meta, el paradigma socio-económico actual de la simulación por excelencia (por millones de inversión).

 

En Febrero de 2011, Zuckerberg -CEO de Facebook, red social con entonces 100 millones de usuarios diarios (ahora apunta a los 3 billones)-, le dijo a todos los mini-CEOS del mundo que "la humanidad había llegado a un punto de inflexión" y que Facebook se había propuesto "reorganizar la manera en la que la gente comparte y difunde la información". Un aviso a priori prometedor (pero también autoritario) en tanto Facebook había conseguido algo muy interesante hacía pocos años: proporcionar un nexo de comunicación digital e instantáneo entre amigos, familiares y conocidos. Un lugar -la red social- donde cada uno de nosotros intercambiábamos vivencias con nuestros allegados más importantes para crear una matriz Multi-dimensional de conocimiento compartido. Un conjunto social donde tus primos, tus abuelos y tus amigos formaban la pequeña red de intercambio de experiencias vitales que en último término, ayudaban a la empatía y a una cohesión de afectos comunes. ¿Qué podría salir mal de esta nueva reorganización?

 

Estos botones de like y compartir no nacieron el día cero. Fueron la evolución de las herramientas de negocio de las redes sociales.

 

Para explicar el desastre descomunal que han supuesto los últimos diez años, Haidt se detiene en varios hitos cruciales. Según los expertos, cuando las sociedades se van expandiendo en número de usuarios y se rigen en una democracia, la estabilidad -y la unidad- de estas sociedades necesitan sustentarse sobre tres pilares determinantes:

  • Capital Social.
    • Es el producto de las relaciones sociales, de lo que comparten sus usuarios, un bien común generado por el esfuerzo de interconexión del grupo. Un capital social alto suele responder a sociedades que crecen más rápido, más fuertes y más justas que otras. El conocimiento fluye y se descubre más equitativo.
  • Instituciones fuertes.
    • Los usuarios de la comunidad confían en aquellos organismos cuyo fin es la gestión de la sociedad y delegan en ella las funciones de gobierno. Las narrativas que emanan de las instituciones se respetan y legitiman.
  • Historias compartidas.
    • Una narrativa común, enriquecedora para todas las partes. Una conexión entre todos los usuarios de la comunidad que evoca una pertenencia de grupo. Es la historia que va creando la evolución conjunta de la comunidad. La cultura común.

Desde el 2014, las decisiones de Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y demás intentos idénticos de "reorganizar la manera en la que la gente comparte y difunde la información", ha minado -o mejor, desubicado- cada uno de los tres factores que sostienen la comunidad. ¿Qué hechos se han producido para que todo termine como el rosario de la aurora, con dos bandos irreconciliables y las dos mitades atrincherados en "sus" principios esperando que la otra desaparezca? Conocer cómo hemos llegado hasta aquí podría darnos una pista sobre cómo podríamos enderezar el futuro virtual de las redes sociales.

 

Dame un "Me gusta" y "compártelo"

Para entender el desastre, Haidt explica cómo solo unos años antes las redes sociales se nutrían de experiencias muy personales: me he ido a la playa y os cuento qué tal me fue. He hecho dos fotos del concierto de ayer ¡cómo mola! ¿Habéis visto lo guapo que es mi perro? Una conexión real de eventos interesantes desde el punto de vista de cada usuario que, igual que un sistema postal, se usaba para compartir instantes especiales. Lentamente -inevitablemente- las redes sociales empezaron a plagarse del "y yo más, y yo mejor". Tú has estado en la playa de Alicante, pero yo me fui a Hawaii. Tu concierto de la Polla Records no tiene nada que ver con el mío de Michael Jackson. El partido de fútbol de tu hijo está en otra liga que mi entrada para la final de la Champions. Y además, me senté en tribuna. Con mi perro. Que es más guapo que el tuyo. La competición Inter-usuarios se va extremando. "Menos tiempo siendo yo, más tiempo vendiendo la marca Yo", dice Haidt

 

Zuckerberg, viéndolo todo en su torre de Facebook, no tuvo reparos en darnos lo evidente: esa función que refuerza nuestro ego, que valida y jerarquiza nuestras experiencias frente a las del resto. Gracias al botón "Me Gusta" por fin las podíamos categorizar y mesurar: este post es mucho mejor que otros míos, mejor o peor que los del resto. ¿si en vez de salir despeinado salgo poniendo morritos ganaré más likes? ¿Cuántos "Me gusta" hacen de mi experiencia una gran experiencia? ¿Cuánto gano y cuánto pierdo y en base a qué?

 

Las redes sociales y el número de interacciones van de la mano en el negocio y en nuestro ego.

 

Pero por mucho que la inercia nos lleve a culpar exclusivamente a Facebook, no solo fue ella. En 2012, Twitter despierta la bestia cuando -inspirado por el "Me Gusta" de Facebook- añade el botón de "Retweet" (publicar el mensaje copiado de un tercero como si fuera nuestro). Facebook acepta el reto enseguida y en 2013 añade a su red el botón "Compartir". Los usuarios colapsan ante el nuevo poder. Ya no solo somos agentes de nuestra propia red personal -limitada- subiendo y compartiendo los desvaríos y bacanales insulsos de nuestra vida cotidiana, sino que nos apropiamos, nos adherimos, hacemos nuestros las experiencias de los demás y las compartimos con usuarios que seguramente no supieran absolutamente nada acerca de esa otra comunidad donde se publicó (y que probablemente tampoco le interesan). 

 

En un instante, mis tíos, mi primo mayor, mi mujer o mis amigos se convierten en receptores de mensajes de extraños que les llegan directamente y sin matices. La red se interconecta con otras redes. Lo social sube un peldaño de gigante hasta el punto en el que todas las redes sociales del futuro fundamentan su ser en ese "Me gusta" o ese "Compartir". ¿Pero por qué un "Me Gusta" o un "Compartir" han cambiado para siempre nuestra manera de interconectar con el resto en redes sociales?

 

Si como hemos dicho antes un "Me gusta" habilita la medición de mis experiencias, también habilita la medición de mi persona por la otra parte. Sabes que la foto de tu coche nuevo ha gustado, igual que lo sabe Twitter, Facebook o TikTok. Desde el momento en el que le das a un "Me Gusta" o a "Compartir", el algoritmo que está calculando las varianzas que intervienen en tu personalidad se pone manos a la obra y comienza a enviarte sugerencias personalizadas basadas en el aprendizaje de tus elecciones. Sin esa interacción primera de darle un "like" o "compartir" no habría conocimiento de tus gustos y predilecciones, por tanto, no habría variables que alimentar en el algoritmo y al final, no habría posibilidad de monetización (venta) de tu persona en la red. Sin negocio, la red social como la conocemos desaparece.

 

Así, a comienzos del 2014, empieza la guerra de los clicks. Sin embargo, los andamios ya estaban allí: hace dos años que dejaste de compartir experiencias para pasar a exportar a las redes una imagen utópica -marquetiniana- de ti mismo. Quieres, necesitas, alcanzar la notoriedad de los likes, compartidos y retweets y que tu mensaje se maximice llegando a todas las redes posibles. Igual que decía Woody Allen en los 90s, o como dice Haidt en su artículo esta semana, si tienes suerte, serás trending topic durante un cuarto de hora. Pero ahí, de nuevo, el juego. ¿Qué perdemos y qué ganamos? Si lo haces bien, la onda expansiva te convertirá en un semi-dios durante unas cuantas horas, pero si lo haces mal, no solo tu primo, tu tía o tu pareja te van a tirar de las orejas, sino que todo el puñetero internet te va a crujir los huesos sin piedad de manera instantánea. Si quieres conquistar el mundo, el mundo entero te juzgará antes.

 

Para empeorar algo que ya olía muy mal, los estudios sociológicos llevan un lustro explicándolo: aquellos mensajes que provienen de un enfado, que son fruto del malestar, que son mierda pura, deleznables y nada constructivos, son aquellos que mueven y organizan a las masas hacia el conflicto. Son los mensaje más compartidos y con más "Me gusta" con diferencia. Son los más asimilados. Cuanto más mierda eres en internet, más oro recibes. Es la nueva Alquimia moderna (y al contrario que en la Edad Media, muy real porque este te ingresa dinero en la cuenta). ¿A dónde nos lleva esto? Haidt nos da una pista.

 

La masacre de los inocentes, después de Rubens. Victor Wolfvoet.

 

¿Recordáis los 3 puntos que sostienen una democracia? El Capital Social, la confianza en las instituciones y las historias compartidas. Todas se han visto dinamitadas por los "Me Gusta" y los "Compartir". Los mensajes más virulentos son aquellos que fomentan una acción rápida y una culpa clara. La razón de que algo vaya mal ya no se explica por estudios contrastados, sino que son grupos de mafiosos, especuladores y bandas organizadas quienes crean los auténticos tsunamis que luego millones de usuarios hacen suyos sin ningún tipo de reparo o confirmación. Se enarbola el conflicto con la espoleta de un solo Tweet. Un único mensaje de Telegram o WhatsApp lo revienta todo. Ese grupo de padres que se quejan de un profesor que no está en el grupo y que es juzgado por una frase fuera de contexto comunicada por nuestro hijo de siete años. Ese otro grupo que ejerce de cámara de eco, revolucionando cada vez más la bronca, el malestar, validando al incomprendido que confluye siempre en leyes reaccionarias o extremadamente proteccionistas. El resultado es que estas redes, dirigidas y auspiciadas de manera muy inteligente en la mayoría de los casos, son capaces de tumbar gobiernos (Cambridge Analytica), atacar y acabar con instituciones, validar comportamientos criminales (Federico Jiménez Losantos en España) e incluso enfrentar a grupos cohesionados que no tienen -en principio- ningún sentimiento de rencilla interna.

 

El capital social se rompe porque los memes, bulos, los grandes tsunamis de miles de retweets, colapsan el sistema cognitivo de los usuarios. Un mensaje de odio se vuelve dominante pese a los mensajes razonados en contra. Mucho ruido. Demasiado para distinguir lo reflexivo. Las instituciones se deslegitiman (en los EEUU, Donald Trump y sus grupos de acción llevan un año gritando por las redes que el gobierno no es legítimo, lo mismo que ocurre en España) y las historias compartidas dejan de ser constructivas para ser destructivas y dañinas para la misma sociedad. Es muy curioso comprobar, según Haidt, como las autocracias y dictaduras a lo Arabia Saudí, Rusia o China, con un control férreo de las redes sociales, mantienen unida la comunidad aunque sea con medios deleznables y antidemocráticos. España, por ejemplo, va a la cola en cuanto a la confianza en las instituciones. Las redes sociales hacen su trabajo de manera impecable.

 

En otro estudio que cita Haidt, los sociólogos Philipp Lorenz-Spreen y Lisa Oswald, concluyen que el uso de cualquier red social de medios digitales va en detrimento de la democracia y amplifica la polarización, fomenta el populismo (especialmente en el espectro de la derecha política) y lleva asociada la difusión de fake news. Otra reflexión llega de la mano de un antiguo analista de la CIA, Martin Gurri, escritor del libro La Revuelta del Público, publicado en 2014. Según Gurri, las redes sociales funcionan como disolvente, debilitando cualquier institución con la que sea vea involucrada. El problema de estas olas de furia, añade Gurri, es que nunca proponen una alternativa de gobierno. Cuando ocurrió Ocupa Wall Street, ningún mensaje alternativo real emanó de ninguna red social. Donde antes había un espejo donde todos se miraban, las redes sociales lo destrozaron y ahora hay cientos de trozos del espejo donde habitan grupos que se odian entre sí, incluso dentro del mismo espectro político.

 

 

Facebook, Twitter, YouTube, cualquiera de las redes sociales comenzaron con una mirada demasiado infantil de la sociedad y menospreciaron los entresijos más complicados del comportamiento del grupo. Según Haidt, en EEUU Trump fue el político que mejor supo leer el funcionamiento de las redes sociales igual que hoy VOX en España es capaz de silenciar a cualquier medio de comunicación con un solo tweet, 144 caracteres que por su extensión tan limitada y su rapidez explosiva no da para mucho más que una propaganda virulenta.

 

Es cierto que la polarización de la sociedad no comienza en las redes sociales. Los grandes medios de comunicación -conscientes de que los mensajes basados en el odio y la ira vendían más- se encargaron de crear la tensión necesaria para la llegada de las redes sociales masivas. En España, como en los EEUU, es evidente cómo de un tiempo a esta parte se promueven los debates caóticos con invitados impertinentes y un ritmo zafio y muy poco conciliador. De la bronca nace la audiencia y es a a ella a quien el marketing lanza sus redes de negocio.

 

 

Una analogía que propone un ex-trabajador de twitter sobre el retweet: "en 2010 le dimos una pistola a un niño de cuatro años". Haidt matiza en el artículo: más que una pistola es un dardo. Y llevamos diez años lanzándonos miles de dardos diarios los unos a los otros. En ocho estudios diferentes, Alexander Bor y Michael Bang Petersen, sociólogos políticos, establecen cómo una pequeña población de las redes sociales confiesa haber insultado, haberse reído y haber hecho burla de otros grupos o usuarios para conseguir notoriedad. Del mismo modo, los estudios visualizan cómo la gente más reflexiva es expulsada de los foros públicos en detrimento de unos pocos alborotadores. Estos dardos a los que se refiere Haidt en el artículo, permiten, además, que los mensajes extremos ganen todo el peso dentro de la narrativa.

 

En el estudio "tribus ocultas", se entrevistó a ocho mil americanos sobre el uso activo de las redes sociales. Los sociólogos encontraron siete grandes grupos de pensamiento donde agruparlos, y de los siete, el grupo más posicionado a la izquierda del espectro político (un 8% del total), confirmó que el 70% de ellos había publicado posts políticos en redes sociales. Del extremo situado a la derecha del espectro político (un 6%), 56% confirmó haber enviado mensajes políticos a las redes. 

 

Este estudio determinó que ambos grupos estaban compuestos de usuarios de raza blanca con un poder económico mayor que el resto, evidenciando que -al menos- en los EEUU, la opinión pública era una batalla entre dos grupos que no tenían nada en común con los grupos que se encontraban en el medio (o cerca de los extremos), quienes parecían no entrar en el juego social.

 

Las redes sociales han otorgado a cada usuario la capacidad de ser policía, juez, jurado y verdugo. Sin ninguna reflexión intermedia, cualquier usuario actual de Twitter, Instagram o TikTok, puede castigar a otro usuario y no detentar responsabilidad alguna por la repercusión que sus palabras, bulos, insultos o medias verdades puedan derivar. En estos últimos años hemos visto ataques virales que han terminado con carreras profesionales, silenciando narrativas o incluso, llevando al suicido de usuarios. Las cámaras de eco -ambientes de opinión cerrados que se auto—justifican- se magnifican también. Los buscadores como Google o Bing también han entendido el juego y ahora favorecen los resultados afines a la ideología de los usuarios. Lo que antes era imposible, ahora es directo: todos somos capaces de encontrar evidencias que validen hasta nuestras ideas más locas pasando por alto los miles y miles de documentos y evidencias en contra. Nunca en la historia ha sido más fácil ser un conspiranoico.

 

 

Sin embargo, Haidt menciona el movimiento #MeToo como ejemplo de la amplificación y propagación de un mensaje a través de redes que nunca habían estado conectadas. Que millones de mujeres del planeta escucharan a las víctimas gritar el mismo mensaje de ayuda, frustración y violación de sus derechos fundamentales, fue un hito de comunicación en nuestra civilización. Por supuesto, el efecto creó también su propio trending topic contrario auspiciado por aquellos que se sintieron aludidos o que pensaban que se generalizaba demasiado. De nuevo, la red social crea dos bandos irreconciliables que convierte cualquier denuncia -por legítima que sea en uno o entro lado- en una batalla campal. Las redes sociales actuales convierten -incluso sin proponérselo conscientemente- cualquier tema controvertido en un ejemplo del tercero excluido: o estás conmigo o estás equivocado. Entonces el usuario no informado se encuentra en el centro de una tormenta de opinión extrema y termina agotado, pensando -por sentido común- que la virtud se encontrará en el famoso "término intermedio" de Aristóteles. ¿Quién defendería un extremo radical, aunque este fuera legítimo cuando hay otro igual en sentido contrario? Por supuesto, la búsqueda de responsabilidades ha creado también injusticia y disfunción política.

 

Pero es esta masa de usuarios, la más abundante y aquella que no se ve representada por los dos extremos de opinión la que tiene todas las de perder. Abocada a ser espectador de una bronca continua, se paraliza y pocos -o muy pocos- deciden ir más allá en la reflexión. Y es que además del ruido social, otros aspectos imprevistos como el COVID -según Haidt y otros expertos-, han añadido una capa más en nuestro sentir: el descalabro de la seguridad y la incertidumbre. El cabreo a estar encerrados en nuestras casas,  unido a la ansiedad perpetua del mundo social, hace que vivamos con un monstruo muy difícil de domesticar.

 

Las redes sociales -y las empresas amparadas en sus algoritmos- modificaron nuestras conductas, nuestros anhelos y sobre todo,  han distorsionado nuestras ambiciones. Nos han vuelto más hostiles. Ser trending topic, ser socialmente superiores, ha ido instalando un estado mental de inquietud. Estudios del 2015 (siete años antes de esta debacle), alertaban ya que el 95% de los chavales en edades comprendidas entre los 12 y 17 años tenían acceso a las redes sociales. Como decía aquel trabajador de Twitter: le hemos dado un arma a un niño de 4 años, aunque en realidad, se lo hemos dado a personas en una edad tan especial -e impresionable- de los 12 años. 

 

El número de chavales con problemas mentales asociadas a las redes sociales se ha disparado entre los adolescentes. El narcisismo, la impaciencia unida a la inmediatez de los resultados y la falta de herramientas psicológicas y cognitivas para asumir los fracasos está planteando problemas que lejos de tratarse, son patadas hacia adelante. De la infancia a la adolescencia y ya veremos cómo lo soluciona -si es que lo hace- cuando sea adulto.

 

El problema mayor es que el adulto vive angustiado, enfadado y desorientado. Es muy difícil querer socializar de manera optimista y constructiva con alguien cuando te encuentras en un estado interior de zozobra. Sentirse parte del grupo es lo mínimo en comunidad, y como sabemos por los estudios antes comentados, son los grupos más faltones, extremistas y violentos quienes atraen a la mayor masa de usuarios. Un agujero negro de opinión y rabia imposible de detener. Así, un padre cabreado le echará la culpa de las notas de su hijo al profesor, luego al colegio, después a la política de educación y siempre, en última instancia, al gobierno. De nuevo, instalados en el cabreo perdemos la capacidad de comunicarnos de manera útil (fin del capital social), perdemos la confianza en nuestras instituciones y terminamos por excluir a toda una parte de la sociedad, a quien además odiamos de manera profunda (fin de las historias compartidas). 

 

Steve Bannon junto a Marine Le Pen

 

En una entrevista del 2018, Steve Bannon -el gurú de la derecha mediática en los EEUU y experto en el uso coercitivo de las redes sociales— comentó que la mejor manera de lidiar con las redes sociales era seguir los pasos de Rusia y aquel "quemar la verdad": solo inundando de mierda la red se conseguía mantener al público cabreado, rabioso y con el punto de mira enfocado en lo que ellos necesitaban. Aún haciendo públicas estas tácticas, nadie les puso freno en ninguna de las redes sociales. Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia, Le Pen en Francia y Vox en España son los resultados evidentes de cómo unir a la gente en la rabia más demoledora.

 

Haidt piensa que el escenario actual es peor que el de hace diez años. GPT-3, la IA narrativa, es capaz de crear millones de mensajes de odio con el tono y el fondo lo suficientemente diferente del resto como parecer humano. Lo que antes se hacía a mano, ahora es automático. Y millones de cuentas bot tirarán cubos de mierda a la red esperando lo que Bannon argumentaba: que estés cabreado, rabioso y perdido. Lo que sea que te impida sentarte con el contrario a reflexionar puntos de vista distintos.

 

Y es que esta ha sido siempre la solución ante cualquier conflicto: encontrarse unos con otros. La disidencia hoy está penalizada en todos los grupos. En cualquier espectro político, poner en duda la acción de la comunidad te lleva al ostracismo social (o peor, a la lapidación en Twitter y derivados) y concluye en una auto-censura previa que salpica a usuarios individuales, grupos éticos, universidades y gobiernos. Cualquier comentario podrá ser usado en tu contra.

 

Balbín, presentador de La Clave (1976-1993). +400 programas en antena. 

 

En España, aquellos debates de La Clave, sosegados, con grandes pensadores de uno y otro perfil, incluso militantes de los extremos más radicales, eran capaces de escucharse sin gritar, interrumpir, soltar carcajadas o airear fotocopias de portadas de periódicos. De esas conversaciones salía un público formado, reflexivo y sobre todo, responsable tanto de sus ideas como de la repercusión de ponerlas en marcha. La coerción (la represión moral) podría venir después, de un periódico o cadena de televisión en el telediario de las tres de la tarde, no cada cinco segundos en un tweet, post, WhatsApp o Telegram. La velocidad de dispersión del mensaje se frenaba y por tanto, daba algo de espacio al estudio y a la convivencia. 

 

Los expertos aconsejan pedir el DNI o cualquier otro documento de identidad que acredite al usuario de una red social. Una vez se termina con el escudo moral que da el anonimato, los datos explican que la gente -el usuario-, se lo piensa dos veces antes de insultar a otro. Además, Frances Haugen, la ex-trabajadora de Facebook que denunció todas las prácticas abusivas de esta red social para con el usuario, aconsejó que al tercer retweet o compartir, el usuario esté obligado a copiar el mensaje y hacerlo suyo. Aunque no detendría la expansión del mismo, sí que ralentizaría la velocidad de difusión dando más tiempo a la reflexión. También, algunos expertos proponen limitar el uso de los algoritmos de predicción por edad (jamás a un menor de edad) o limitar su acción contra colectivos especiales. Cualquier cosa que sirva de cortafuegos para nuestra propia rabia y necesidad de resultados inmediatos.

 

¿Cómo nos afecta todo esto a la Realidad Virtual?

En un estado de la tecnología social virtual tan incipiente aún, todavía no se han sentado las bases para un intercambio de información global y masivo como lo son las redes sociales unidimensionales (Twitter, Facebook, Instagram o TikTok). Nuestros avatares -de momento- son un caos descentralizado porque cada mundo individual propone su propio avatar independiente. Esa imagen que damos de nosotros mismos a los demás tiene, además, unos límites muy definidos: número de polígonos concretos, estilos cerrados en cada comunidad, poca capacidad comunicativa gestual (aún seguimos sin poder expresar con los ojos y la cara), salas con muy pocos usuarios… 

 

Sabemos que a mayor concreción y menor libertad de diseño, más susceptible es el mensaje de convertirse en propaganda. Salvo en VRChatahora mismo nuestros avatares son lo más parecido a un tweet (144 caracteres sobre nosotros mismos). Poco, o muy poco margen para la expresión. Ya veremos qué ocurre cuando tengamos que pagar por cada píxel de nuestro avatar y recreemos la lucha de las clases sociales en lo virtual.

 

Aún siendo incipiente, ya se han dado los primeros problemas. En 1993, Julian Dibbell narró en su libro My Tiny Life la violación de un avatar en la sala de estar de la red LambdaMOO. La víctima sufrió un acoso psicológico con tintes sexuales que causó un problema similar a verse violada en la realidad. Treinta años después hay quien sigue poniendo en duda que el bulling, la violación de derechos, la presión psicológica o el vacío social-virtual pueda influir en una persona real. 

 

Espacio personal activado en VRChat.

 

AltSpaceVR fue la primera en crear la burbuja personal. Tras muchos casos denunciados en los que usuarios violaban el espacio personal de otro usuario (acercando su avatar hasta chocar contra el otro para insultarle, hablarle o cancelarle), la primera red social virtual decidió otorgar al usuario el control de su espacio íntimo: igual que en Twitter o Facebook, podrías hacer desaparecer a ese usuario de tu vista y dejar de escucharle. Horizon sigue sus pasos este año. 

 

Sin embargo, hablamos de medidas coercitivas y usos de la técnica que no afrontan el problema real (mala educación, impunidad, derecho a saltarse las normas, rabia...), sino que lo invisibilizan solo para el individuo que lo sufre. No vale de nada silenciar a un avatar porque sus acciones no tienen reprimenda social y serán repetidas a perpetuidad. ¿Llegaremos al silenciado preventivo y por defecto de todos los usuarios en las redes sociales virtuales hasta que el propio usuario lo decida? Si algo caracteriza la plaza de un pueblo (por hablar de comunidad), es el encuentro entre diferentes. Pero para ello habrá que mantener un decoro y una etiqueta -las reglas consensuadas entre todos- que mantengan las redes virtuales libres de odio, extremismos y coerción

 

Desde mi punto de vista, las redes sociales virtuales serán mucho menos propensas a extender bulos, fake news y en general, a inundarse de mierda. La relación personal en el Multiverso (eso del Metaverso será otra cosa, si es que llega a serlo algún día), es la interacción más básica del ser humano. Mirarse en un espacio compartido, gesticular, hablar, rompe los 144 caracteres y crea la complejidad necesaria para el aprendizaje de unos con otros. Cierra un círculo derivado de la tecnología virtual: volvemos a vernos las caras en tiempo real que perdimos durante una década de textos y mensajes de audio o videos asimétricos. Hoy, dentro de la VR, si vas a soltarme un bulo o una creencia, seguramente te lo pueda rebatir en directo, o al menos, pedirte explicaciones y datos que lo sostengan. Chillar a la cara tiene un coste psicológico mucho mayor que chillar en una red social.

 

Haidt en su artículo, usa la caída de la Torre de Babel como ejemplo para el desastre actual (miles de lenguas diferentes y millones de usuarios sin poder entenderse entre ellos). A mí me gusta más el videojuego. ¿Qué perdemos y qué ganamos en el juego de las redes sociales? Está claro que -de momento- parece que lo que ganamos en capacidad de comunicar cultura y compartir adelantos científicos, lo perdemos en capacidad crítica y por tanto, de reaccionar ante mensajes interesados que nos cuelan por debajo de nuestro radar ético y moral. De esta tensión, saldrá la sociedad del futuro. Es decisión de cada uno sobreponerse y lidiar a tanta exposición, pero también es decisión de las instituciones que nos gobiernan marcar los límites de las herramientas que usamos para comunicarnos. Dicen que el hombre solo puede ser libre en una sociedad bajo el contexto de las leyes.

 

Por cierto. Si solamente te has leído este párrafo final sin pretender leerte el resto del artículo (o el artículo original de Haidt), lo más normal es que ocurran dos cosas: uno, cualquiera -en cualquier red- te va a colar cualquier mensaje propagandístico -muy corto y muy directo- y te lo vas a tragar. Segundo, parece que estés buscando una solución completa, rápida y facilona. Si es así, y como dice un amigo: si quieres solución para las grandes preguntas, busca en la religión. Porque para grandes preguntas sin solución, hay que buscar en la filosofía. Lo que ganes y lo que pierdas en tu búsqueda -aquí o en las redes sociales-, eso ya será cosa tuya.