El anime y la VR. Rakuen Tsuihō (Expelled From Paradise)

6 AGO 2024  15:00

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El anime y la VR. Rakuen Tsuihō (Expelled From Paradise)

Comenzamos una serie de artículos sobre el anime moderno y su relación con la Realidad Virtual.

El Paraíso no es lo que era

Entremezclado en ese contexto de neotenia tan persistente de la cultura japonesa, hay instantes donde la narrativa superficial se toma un respiro y deja flotando una pregunta profunda, una reflexión fuera de tono que si bien capta la atención de aquellos que se fijan más en el fondo, también pasará desapercibida por los millones de chavaladas que se acercan al anime exclusivamente por la estética de los, y las, protagonistas. Pareciera, por tanto, que la animación japonesa fuera una historieta banal donde perderse, igual que aquellos contenidos occidentales enfocados al consumo rápido, insulso y fácil de digerir.

Sin embargo, en los anime -especialmente en aquellos cuya historia comparte una deriva tecnológica-, se suelen crear micro espacios de reflexión y tan pronto estás levantando una ceja porque una muchacha medio en cueros hace aspavientos psico-infantiles con unos pechos ultra-sobredimensionados, como estás levantando la otra porque mientras los protagonistas miraban embobados al infinito, acabas de escuchar un par de líneas de diálogo que por si solas habrían dado para desarrollar hora y media de cualquier película de Tarkovsky.

 



Lo curioso es que en el anime esas preguntas suponen solamente una coma, una parada en el camino para tomar aliento antes de seguir con la acción, como si, por alguna razón, los autores tuvieran miedo de meter la cabeza en la madriguera que acaban de abrir y ver hasta dónde podría llegar. Y eso está bien porque es mucho mejor que nada. Aquí, en el occidente decrépito intelectual, no estamos acostumbrados a introducir reflexiones complejas en medio de contextos banales. Hemos desarrollado tal alergia a los contenidos transcendentales y filosóficos que a la mínima mención, nos salen salpullidos y nos retorcemos como poseídos por el satanás de lo simplón. Si huele a política (porque todo esto es política), huye sin mirar atrás.

Rakuen Tsuihō, Expulsado del Paraíso, estrenada en 2014 y dirigida por Seiji Mizushima (Fullmetal Alchemist y Mobile Suit Gundam 00, entre otras) es la primera película que abre esta serie de artículos sobre la relación del anime reciente y la realidad virtual. Porque todos conocemos la intimista pero monumental Serial Experiments: Lain, la excepcional saga de "Ghost in the Shell" o la sacrosanta "Sword Art Online", pero hay otro puñado de cintas que se han acercado a la vida cibernética con miradas alternativas igual de interesantes.

 



La historia base de Rakuen Tsuihō trata sobre cómo una Agente de la estación nube DEVA es enviada a la tierra para dar caza a un hacker llamado "Frontier Setter", quien está enviado mensajes ilegales a todos los habitantes virtuales de DEVA invitándoles a unirse a un viaje hacia lo más profundo del espacio.

El paraíso de Rakuen Tsuihō es un lugar virtual y los seres que viven en él no disponen de cuerpo físico. Entes, almas, conceptos del ego, todos disfrutando de la nube digital emplazada en una estación espacial que orbita la tierra. Abajo, los pocos humanos que quedan -gente que aun pudiendo, no han querido mudarse al mundo digital-, se enfrentan a los peligros de un planeta devastado, rodeado de desiertos y con algunas criaturas asquerosas deambulando por cualquier rincón. La nube es completamente autoeficiente y la tierra es una pocilga polvorienta.

 



Si algo me atrae de la ciencia ficción en general, es la pregunta del por qué ocurren las cosas en el contexto que crea el autor y en cómo deberían de afectar tanto al pasado como al futuro de la historia. ¿Cómo se llega a esa situación en particular? ¿en qué momento ocurrieron los desastres y por qué no pudieron ser solventados? Rakuen Tsuihō no está exenta a estas preguntas relacionadas con la realidad virtual. La primera y principal, la que fondea en las aguas más profundas de cualquiera de las historias que se te ocurran y en las que la tecnología esté presente, bebe de aquella otra pregunta demoledora que ya se hicieron los filósofos de la escuela de Francfort (Habermas, Hockenheimer, Adorno y compañía) cuando escaparon de la barbarie Nazi alemana: ¿cómo diablos podía estar ocurriendo todo aquello con lo que habíamos aprendido sobre la moral durante los siglos pasados? ¿de verdad que no ha valido para nada tanto sufrimiento anterior?

Esta misma pregunta se podría trasladar a la tecnología: ¿cómo -por todos los santísimos dioses del metaverso- podría ocurrir tal desgracia a nivel global cuando la tecnología es capaz de trasladar el "ego" de nuestro cuerpo a un sistema digital? ¿Acaso esa habilidad llegó caída del cielo y no acompañada de cientos de conocimientos paralelos que la hicieron posible? ¿No podríamos haber usado esos conocimientos para detener cualquier evento, guerra o desgracia mundial que nos amenazara? ¿Pero cómo podemos ser tan sumamente imbéciles?

 



Sea como sea, muchas de estas historias dan por hecho que la humanidad es un cagarro sin remisión abocada a su propia destrucción (para sorpresa de nadie, tal y como van las cosas), y Rakuen Tsuihō sigue el mismo guion: la humanidad se ha divido en dos, aquellos que viven en el reino virtual sin cuerpo y sin demasiadas preocupaciones (a priori) y aquellos que tratan de sobrevivir en la tierra como pueden.

Este planteamiento, incluido en el mismo título, nos vale como introducción: El paraíso (en el sentido más religioso del término) es la nube, lo digital, aquello que está alejado de la carne, de lo caduco. El movimiento transhumanista de Bostrom o ese momento de singularidad de Kurzweil como imperativo ético innegable, sale a relucir en algunas conversaciones entre la protagonista, Angela Balzac, y Dingo, el humano contratado para ayudarla en el mundo real.

 



- Dingo, con tu capacidad y méritos, podrías tener un trato preferencial en DEVA. Seguro que has recibido muchas invitaciones para ir a DEVA. ¿Por qué quieres seguir viviendo en esa jaula de carne? - le pregunta Angela.
- Porque la libertad absoluta de la que habláis en DEVA no es cierta. Vivís limitados por la memoria del sistema. La memoria es finita. Tenéis que purgar a los que no son útiles porque entonces no habría espacio para todos, ¿verdad?

El utilitarismo fuerte de Bentham suele ser tema común en las sociedades modernas, así que no produce ninguna sorpresa verla aquí expresada. Si algo puede ser bueno (útil) para la mayoría, habrá que hacerlo. En el mundo tecnológico se mide todo según un principio de utilidad y si el resultado dice que nos hará más felices globalmente, entonces al lío, se hará independientemente de lo que diga esa pequeña porción del grupo.

En DEVA, como en cualquier otro sistema que forme parte de este universo, ya sea digital o no, ha de existir una manera de comulgar con el límite finito de capacidad, de espacio y de recursos. Y en el paraíso de Rakuen Tsuihō, la asignación de memoria se reparte según lo útil que seas al conjunto. ¿Estás teniendo una mala racha? ¿albergas dudas sobre el sistema? ¿el trabajo que te han encomendado no logra despertar en ti la felicidad necesaria? Hasta la vista, baby. En esa suerte de panóptico donde todos, y todo, se vigila, el paraíso de DEVA nos deja la visión de un mundo digital completamente intervenido y propenso a la purga inmediata.

 



Ojo, DEVA no está lejos de nuestro mundo real actual plagado de granjas de servidores donde se almacenan absolutamente todos los datos de cualquiera que mínimamente use un terminal enganchado a la red. Lo único que nos separa aún de DEVA es el último paso: la ejecución. Porque el resto ya lo tenemos; primero almacenamos datos, luego los procesamos y solo faltaría la ejecución de scripts automáticos basados en ese proceso para deshacernos de los inútiles, los vagos y cualquiera diferente al catálogo de buenos ciudadanos. De momento, aquí en la tierra, seguimos en el segundo paso, solo procesando lo almacenado y ejecutando según necesidad. Sin duda alguna, llegará un momento en el que la sociedad empiece a mirar con buenos ojos la ejecución de esos scripts en base al utilitarismo de Bentham y no en ese otro utilitarismo menos salvaje de Stuart Mill.

La conversación entre Angela y Dingo antes de afrontar el último arco narrativo de la película es usada para generar ese lugar gris que ni es blanco ni es negro, planteando dudas a Angela sobre su paraíso perfecto dando a entender que el ser humano debe su humanidad al roce de la piel y a las penurias de la supervivencia, algo parecido a "el trabajo dignifica" de nuestra sociedad moderna. Ser humano en Rakuen Tsuihō no es sólo una defensa del concepto del intelecto, también lo es del sufrimiento, de la futilidad, como si el cuerpo en el que naces fuera condición obligatoria para denominarse humano. ¿Por qué en DEVA, con su capacidad de cómputo, no se puede simular este roce y esa caducidad tan humana? Quizás porque el concepto religioso del sufrimiento y el coraje para poner la otra mejilla sea la única manera de sentir el calor de ser relevante, y eso se reserva a lo terrestre.

 



Así, Angela, para hacerse real y entender la maravilla del sentido humano, ha de encontrar un cuerpo que albergue su ego digital (más adelante hablaremos de ese desastre moral). Por supuesto, como buen anime, lo hace en una imagen idéntica al avatar ultra-sexualizado virtual en el que vive su consciencia. Tiene su cierta retranca que pudiendo elegir cualquier aspecto, siempre se termine eligiendo una apariencia tan normativa, coercionada e identitaria. En Diáspora, de Greg Egan, una historia muchísimo más compleja y valiente (dirigida a otro público), la humanidad se divide en tres caminos evolutivos: los carnosos, los robots que albergan conciencia y las nubes de pura conciencia, aportando además la neutralidad de género para definir personajes como "ve, vis o ven". Esa necesidad de cuerpo, de identidad, que tenemos cuando imaginamos historias virtuales supongo que cambiará según vayamos asumiendo que un "yo" digital es solamente un puñado de ceros y unos no marcados por nuestro ADN y que a lo mejor deberíamos ir arrojando por la borda la estética según aquella "alteridad" (somos lo que somos solo al enfrentarnos contra otra consciencia opuesta) que desarrollara Simone de Beauvoir a mediados del siglo pasado. En lo digital, nuestro ser físico no debería de alienarnos nunca más. No solo podremos cambiar de aspecto cuando queramos, sino que podríamos alternar según nuestro estado de ánimo o contextos. La verdadera identidad líquida llevada al extremo.

 



En Rakuen Tsuihō, la realidad virtual es un Paraíso regido por tres deidades (de nuevo, la necesidad de formalizar la autoridad con imágenes y simbología religiosa): Ganesha, dios hindú con forma de elefante, un humano barbudo con aspecto de griego militar a lo Zeus, y Agyo, dios japonés guardián de los templos. La presencia de una autoridad capaz de ocultar y manejar la información a su antojo, sumada a la figura de estas chicas sexualizadas con permisos especiales llamadas "agentes" y a la mención que hace Angela sobre la posible deferencia que podrían otorgar a Dingo, sugiere que en el Paraíso de DEVA también existen castas, clases sociales y privilegios según decida la autoridad. Nada sorprendente habiendo visto la necesidad anterior de purgar a las consciencias que no son útiles para el conjunto de DEVA.

Expulsados del Paraíso es una cinta interesante desde su planteamiento y desarrollo conceptual. Sin embargo, el envoltorio sigue siendo esa cosa rara que hacen con muchos animes y por ello habrá público que no termine de tomarla en serio. Escrito por Gen Urobuchi (bastante laureado y respetado en el mundo de la animación japonesa), me gustaría preguntarle el por qué de esa estúpida visión infantiloide y patriarcal de siempre. Como en muchos animes, también hay momentos de "¿pero qué coño está pasando aquí?". En Rakuen Tsuihō, ese instante llega cuando Ángela, una Agente con unas capacidades físicas e intelectuales increíbles en DEVA, decide tomar la decisión de paralizar el desarrollo de su cuerpo real para llegar a la tierra antes que otros agentes. Por esa razón (y menuda razón de mierda), la mujer adulta autosuficiente ha de meterse en el cuerpo de una chavala de 16 años en tacones y convertirse, de pronto, en una niña mojigata imbécil y completamente dependiente (como para sentarse encima, que diría mi abuela) siempre a la sombra del enésimo gran héroe, el portador del caos y de la masculinidad a flor de piel. Pero seguimos en Japón y su incapacidad de comportarse como adultos funcionales.

 

 

Rakuen Tsuihō no llega, ni mucho menos, a la profundidad de Serial Experiments: Lain, pero deja reflexiones imposibles de encontrar en muchas historias de ciencia ficción más estándar. Este 2024 hemos sabido que se estrenará una secuela, la cual esperamos que intente abarcar con más detalle la sociedad y el desarrollo de la consciencia humana dentro de DEVA. Mención aparte las escenas de acción y la labor en la animación general, que permite disfrutar de la película aún si no quieres prestar demasiada atención a las reflexiones aquí discutidas.

Por supuesto, hay todo un arco narrativo que no quiero desvelar. ¿Quién es Frontier Setter? ¿Por qué envía esos mensajes? ¿Cómo hackea DEVA?

 



Las preguntas finales que me quedarían por responder, aquellas que me han asaltado viendo Rakuen Tsuihō, serían: ¿estaríamos dispuestos a dejar la vida en la tierra y volvernos digitales solo para descubrir que en la otra vida seguiremos bajo el yugo del utilitarismo, las clases sociales y los privilegios indiscriminados igual que ocurre en la real?, ¿podríamos crear una sociedad de consciencias viable sin ninguno de estos conceptos de autoridad? ¿estamos preparados mentalmente para el transhumanismo, es decir, vivir más allá de lo que nuestro código biológico determina como especie? Y la última, llegado el caso, ¿sería la realidad virtual como un espejo de lo real -es decir, la representación idéntica de nuestro mundo actual- la única realidad virtual posible o podría nuestra consciencia desarrollar nuevos escenarios que supusieran una ruptura completa con lo conocido?

Nos leemos en la siguiente propuesta, rovianos.